¿Por qué se ensañan contra Quebracho?, por Carlos Aznarez*


Paradojas dolorosas de estos tiempos. El ex gobernador argentino Jorge Sobisch, quien durante su mandato se convirtió en el máximo responsable intelectual del asesinato del maestro Carlos Fuentealba, sigue libre, impune. Peor aún, el ex funcionario hace alharaca de lo ocurrido aquel día nefasto (4 de abril de 2007) en que un asesino uniformado a su servicio, el cabo de policía neuquino José Darío Poblete, se convirtió en ejecutor de una orden dada desde la Gobernación.


Con total alevosía, Poblete disparó la granada a la cabeza  del maestro, quien junto a sus compañeros de delantal blanco, sólo ejercía una protesta salarial. Recientemente, el criminal fue fotografiado paseando, libre, por las calles de Zapala. Como se ve, el poder mata pero también premia.

Como si todo esto no fuera suficiente, esta "justicia" que es injusta por donde se la mire, y que en nombre de un falso "garantismo", deja en libertad a genocidas como los de Trelew, al cura violador Grassi, o al femicida Antonio Cajal, hasta que no haya "sentencia firme", hoy se da el gusto de condenar a varios militantes de Quebracho, acusados por protestar hace cinco años, contra un local del impune Sobisch.

Entre los condenados, están dos conocidos referentes sociales que representan épocas diferentes, pero similar coherencia en la combatividad en defensa de los más humildes. Uno de ellos, Boli Lezcano, proviene de las luchas de los años 70, cuando muchos de los que hoy hacen política ni habían nacido, y las ideas se defendían con el cuerpo y el coraje. Porque la Revolución no es color de rosa, al Boli le tocó ir a la cárcel.  Allí fue víctima de los malos tratos y vejámenes de los uniformados. Décadas después, ya militando en Quebracho, la escena se repitió casi con los mismos detalles, y ahora, cuando la palabra derechos humanos parecía que empezaba a ser revalorizada, un fallo judicial amañado quiere enviarlo otra vez al calabozo.

El caso de Fernando Esteche es parecido, salvo la diferencia generacional y un cambio de escenario. Se templó combatiendo al neoliberalismo de los años 90, cuando el país era saqueado por el Menemismo y las calles se convertían en un polvorín de protestas. En cada una de ellas era habitual ver el rostro crispado de Esteche, rabiando y con cierta impotencia, frente a las embestidas de la violencia estatal que soportaban sus compañeros desocupados del CTD Aníbal Verón.

Demonizados por los gobiernos de turno y perseguidos por aquellos que hicieron de la criminalización de la protesta un hecho cotidiano, Quebracho fue imponiendo un modo particular de potenciar la rebeldía. En ese sentido, Esteche, con su característica y simbólica gorra, y el Boli, con su andar parsimonioso pero firme, fueron protagonistas destacados sobre el que se ensañaron (y ensañan) policías, jueces y  los infaltables plumíferos de los monopolios mediáticos.

Es precisamente toda esta trayectoria de lucha la que se quiere sancionar ahora con estas condenas, que es necesario impedir, concentrando y masificando nuestra solidaridad. Ya está bien de seguir acosando o enviando a la cárcel a los que  protestan o critican los atropellos que sufren los de abajo, mientras los asesinos de militantes populares continúan en libertad y se jactan de su condición.

Se hace imprescindible, hacer de la defensa de los militantes de Quebracho una consigna potente que logre parar esta ofensiva fascistoide contra los luchadores sociales, en homenaje a quienes renunciaron a la comodidad para enfrentar el autoritarismo, pero también como autodefensa frente al involucionismo que sigue anidando en los recovecos judiciales que aún no han sido depurados.

Si condenan a Quebracho nos están condenando a todos y todas.

*Carlos Aznárez es director de Resumen Latinoamericano