Pese a haber tocado en Colombia y Venezuela, de haber aparecido en prácticamente toda la prensa escrita musical --la oficial y la alternativa--, y al avance del rap y el hip hop como herramienta de protesta, cultura y entretenimiento en los barrios pobres, Sara Hebe es una artista contracultural y underground.
La mejor rapera argentina tiene sólo dos discos: La hija del loco, de 2009, y el reciente Puentera. A Sara Hebe Merino le bastaron, a la fecha, veinticinco canciones para construir uno de los más coherentes, potentes y diversos cuerpos de rimas de las últimas dos décadas de rap argentino, demostrando además una trasversalidad musical ejemplar en su abrazo a la cumbia, el dub, el drum & bass, el punk, la canción y el rocanrol (con la cada vez más importante participación de Ramiro Jota, productor e instrumentador). Lo fabuloso es que Sara Hebe es una reina discordante: ni proviene ni se hizo parte de la movida hip hop, es capaz de argumentar sus embistes cancionísticos contra narcos, ratis, macris, menems y dictadores; es autocrítica y releva el estado de cosas de la cultura callejera local; muy, muy lejos de la proliferación de combos con vestiduras de hip hop que se basan en la fiesta y de MCs que se dedican a contarse como especies de superhéroes del subdesarrollo, a la manera del Eminem de 8th Mile.
Pese a haber tocado en Colombia y Venezuela, de haber aparecido en prácticamente toda la prensa escrita musical --la oficial y la alternativa--, y al avance del rap y el hip hop como herramienta de protesta, cultura y entretenimiento en los barrios pobres, Sara Hebe es una artista contracultural y underground. Lo que pasa es que Sara Hebe está profundamente arraigada en un lugar alternativo al del poder, pero no al del pueblo. “Ponete atrás que voy para adelante; yo soy la fábrica, vos sos el fabricante”, avisa en “Otra vez (cruzar)”, en la que también define: “Eso es lo que quiero, en cada tema una propuesta; prefiero los matices y el color de la protesta, que un rati gatillando en cada barrio de este mundo que apesta”. Sara Hebe está enamorada de la música, y es algo muy bueno. Pero está enojada y madurando su mirada, y tener gente en ese proceso en el ejercicio musical es lo mejor que puede pasar. “Estamos juntos en el paraíso de los solos, donde reinan el amor y los homicidios con dolo. Somos vecinos pero está cada uno en su polo, mitad adentro, mitad afuera, no hay metáfora”, fotografía en la apertura de Puentera, “Intro tierra”. Ésa es una de sus grandes señales.
En el espejo, su segundo disco (publicado también de manera autogestionada) cierra con el agregado en plan cumbia rap “Asado de FA”, dedicado a los habitantes resistentes del edificio tomado de Gascón 123, la Cooperativa de Vida Nuevo Horizonte. “Cooperativa de Vida”, que hermosa empresa ésa. En él, Sara Hebe va del estribillo “a un asado, de faso, tomo sodeado, me paso y termino borracha” al fraseo “supe construir un lugar donde vivir así que nadie me va a convencer de que me tengo que ir”, pasando por la sentencia de estar en “algún lugar entre las torres modernas de concreto” y de que “que nadie quede afuera debería ser un decreto”. Y por ahí tiende, sin suavizante, las prendas del arco estético/temático del disco, que sale del malestar, atravieza el infierno íntimo, la represión institucional y el mandato social y acaba en renacimiento.
“Esa mierda”, es su propia alternativa a AA, el relato de terapia grupal de algún conflicto etílico, en el mejor de los casos, y ciertamente relacionado con la paranoia. “Un cambio” es un pequeño manual sarahébico con versos concluyentes como “bajalo de internet, que muera la company y que vivan la planta de coca y el fernet”, “en la nación del montonero cuesta mucho todo a la rapera y al rapero”, “cultura es la del tren, que no importe con quién”, “una guerra en Medio Oriente, la gente está presente y cansada, militarizada, dando batalla con el cuerpo a aquel eterno presidente; se siente, el cambio mundial es urgente”. Pero lo que hace de Sara Hebe más notable es su abertura. Cuando todo es “crítica” o “relato” social o todo es vivencia, los discos se diluyen, igual que los discursos de Chávez o los monólogos infumables de Jacobo Winograd. No es algo que ocurra en Puentera, porque enseguida llegan el pos tragedia sentimental “Lujo popular”, un drum & bass minimalista; el rap vieja escuela “El plan”, con Sergio Sandoval; y la cirrosis barrial “Vuelvo a Boedo”.
En “Normal”, Sara diverge también entre la tecnología y las calles en un fresco epocal que no es un llamado a volver a las raíces de la comunión vecinal tanto como una invitación a irse por las ramas en ese encuentro. “Suenen los auris de las Provincias Unidas”, pide antes de clamar que “la alegría es una casa que se alquila” y de plantar la esperanza por los chicos que calculan semáforos en la calle para diagramar el modelo nuevo que suspenda al lenguaje de señas en el que se ha convertido la sociedad informática del cabrón me gusta. Entre “Triple Nac” (con la sevillana Asia y la flamenquera Lola Dolores) y “Sufre nena” (junto a la caraqueña Arena la Rosa), Sara y su compañía liberan su bomba music killa. Mientras que el “Mercosur, comercio del turismo, trafica extranjeros en tour”, ella se une a raperas “tercermundistas” o contestatarias del/al “primer mundo” para replantear la división internacional del trabajo y el comercio sobre beats de fuerza irresistible.
Con la misma edad de Paul Simon y Art Garfunkel cuando publicaron su indispensable álbum Puente sobre aguas turbulentas, Sara Hebe se consigna Puentera y lo realiza como una arquitecta notable e imprudente de la (por lo general) espantosa, ridícula y cortoplacista rima en español, genera versos revulsivos de los que pocos artistas se hacen cargo (sus relatos de alcoholismo no son las anécdotas que Jagger puede contarle al Bebe Contepomi, claro, ni son ponderados como los de Amy Winehouse, la fallecida cantante con apellido de “vinoteca”), se para puño-en-alto contra la represión simbólica y acepta sus dudas y faltas, dejando a su paso un disco (dos discos) visiblemente maduro, suculento y fronterizo, amplificador de las voces calladas y disolvente de los fantasmas cotidianos. Y mientras siga madurando su enojo y su amor, mueve y conmueve.
Agencia NAN / Luís Paz